Debe tenerse en cuenta que muchos de los espacios que se denominan aquí "de congregación" de nativos, fueron utilizados miles de años antes por sus propios ancestros en algunos casos, y en otros por grupos diferentes e incluso referidos incidentalmente por los primeros europeos en llegar a la zona pero nunca vueltos a identificar. Tampoco se puede rechazar la posibilidad de que esos mismos sitios fuesen concurridos por integrantes de culturas desconocidas y viajeros arcaicos, de quienes se podría haber heredado parte de la gama simbólica de los geoglifos. Es lícito pensar que algunos grupos o parcialidades nativas no hayan sido identificados por la etnografía ni por la ciencia en general y por lo tanto no hayan sido incluídos en ninguna clasificación o incluso ésta podría estar enmascarando mucha variabilidad dentro de cada grupo o tribu. Las clasificaciones étnicas en grandes áreas como la Patagonia ocultan la variación interna de sus poblaciónes.
En la zona inmediata de estos geoglifos es común hallar restos de herramientas líticas de todo tipo.
La exploración del área, tanto en tierra como desde la altura confirmó que se trataba de un genuino campo de geoglifos de diferentes épocas en algunos casos superpuestos (palimpsesto).
Gustavo Rubino Begner
Contexto histórico:
El contexto histórico nos permite visualizar que en Patagonia durante el siglo XIX e incluso entrado el siglo XX, algunos remanentes (casi relictuales) de aquellas antiguas ceremonias aún tenían sus adeptos seguidores, a veces incluso por simple superstición e imitación. Los siguientes párrafos citados de Guillermo Cox y Pablo Neruda parecen confirmarlo.
GEOGLIFOS EN LA PATAGONIA EN 1863
Fuente: Viaje a las regiones septentrionales de la Patagonia- Guillermo Cox-(1862-1863)
Geoglifos en la Patagonia a mediados del siglo XX
"Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. Mi cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, espléndido, el difícil camino.
Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.
Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado, y mayor condición de sagrada tuvo aún la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto.
Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aun en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo."
Pablo Neruda, Paso de Lilpela año 1949 (Memorias)
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*A MI PADRE JOSÉ ANTONIO RUBINO*
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